Las relaciones sentimentales en la adolescencia
Consuelo Escudero. Psicólogo Clínico. Servicio de Salud Mental de Getafe. Programa de atención a niños y adolescentes.
La etapa de la adolescencia suele dar muchos
quebraderos de cabeza a los padres. Es un momento en el que aparecen
todo tipo de conductas contradictorias: deseo de ser independiente y, al
tiempo, negación de la responsabilidad sobre los propios actos; rechazo
de los valores del mundo de los adultos, exigencias a veces
desproporcionadas de libertad, cambios repentinos de humor, etc. Los
padres, frecuentemente, se sienten desconcertados y perdidos; no menos
que los propios adolescentes.
En general, este tipo de conductas y reacciones son
transitorias, y lo más apropiado es tener paciencia y comprender que es
el preámbulo de la entrada en la vida adulta. Los adolescentes necesitan
este tipo de controversias y conductas de rebeldía para acceder a una
identidad más madura. Quieren ser “ellos mismos”, es decir, “diferentes”
a sus padres, de los que rechazan lo que piensan que es “negativo”, por
tanto, actúan en la mayoría de las ocasiones de forma totalmente
opuesta a lo que se les pide o espera de ellos.
Sin embargo, su modelo de conducta, de relaciones
afectivas y sentimentales, indudablemente, es el núcleo familiar. Son
las relaciones de los progenitores como pareja y en su papel de padres
las que marcan el modelo que los adolescentes van a seguir para
organizar sus propias relaciones afectivas. Aunque, en la adolescencia,
lo que se percibe de manera más superficial es, justamente, el rechazo
de tal modelo. Pero esto no debe confundirnos; los adolescentes son
inexpertos y apasionados en el manejo de sus relaciones afectivas y
necesitan experimentar, sobre todo en sus primeras relaciones
sentimentales. Con el deseo de ser “diferentes” a los padres, sin
embargo, reproducen, sin saberlo, el modelo que han vivido en su
familia.
Es, por lo tanto, imprescindible que los padres
reflexionen sobre las relaciones que han establecido con sus hijos y
entre ellos. Al fin y al cabo, éste es el desafío que la adolescencia
plantea a todos los padres como representantes del mundo adulto.
En ocasiones, los adolescentes, sobre todo las
chicas, establecen relaciones sentimentales inadecuadas con chicos
controladores, dominantes, que ejercen una violencia no necesariamente
física, pero sí psicológica, que exigen relaciones cerradas, exclusivas,
intentando cortar los lazos con amigas o amigos, incluso con los padres
o familiares, erigiéndose en el objetivo de todo el afecto de que es
capaz la adolescente. Esta situación conduce al sometimiento en todos
los sentidos. Normalmente, la exigencia es progresiva, pero, poco a
poco, el círculo se va cerrando sobre todos los aspectos de la vida
cotidiana. Las peticiones se convierten en prohibiciones: “no te vistas
así”, “no te pintes”, “no salgas con nadie, solo conmigo”, “has mirado a
otro”, etc., estableciéndose una relación de sometimiento asfixiante
que puede, incluso, llegar a forzar relaciones sexuales no deseadas. La
adolescente tiene sentimientos encontrados; por un lado se siente
anulada, un objeto al servicio de la satisfacción y el bienestar de la
pareja, pero, sorprendentemente, vive estas exigencias como una muestra
de amor, interés y cuidado, y precisamente son estos sentimientos
ambivalentes los que la mantienen atada a esta relación, impidiéndole
valorar de forma objetiva el maltrato y la violencia que esto supone.
Es necesario preguntarse si, de alguna forma, este
modelo al que se someten lo han vivido con anterioridad en su propia
familia. El modelo de pareja que los padres ofrecen es el molde en el
que los hijos se desarrollan. La forma en la que se tratan el uno al
otro, el cariño, el respeto por las características y los deseos de cada
uno, la manera que tienen de resolver los conflictos que se dan en el
día a día, el modelo interno que el padre y la madre tienen de la
relación entre un hombre y una mujer son las características
fundamentales que les trasmiten a los hijos.
En otro aspecto, y de forma complementaria, está la
relación que establecen con los hijos, la forma en la que se plantean su
papel de padres, sus funciones de cuidadores, protectores, fuente de
cariño, afecto y autoridad. Características que, indudablemente, tendrán
que ir modificando en consonancia con la edad y el desarrollo de los
hijos, porque el objetivo final de toda la crianza es conseguir que,
llegado el momento, los hijos sean personas maduras, independientes y
capaces de resolver sus propios problemas. Saber controlar y controlarse
en situaciones difíciles, ser razonablemente felices, dar y recibir
cariño y tener unos valores éticos firmes.
El ejercicio de la autoridad con los hijos tiene que
ir siempre acompañado del cariño, de la tolerancia por las
equivocaciones, del consuelo ante los errores, del apoyo ante los
aspectos positivos. El establecimiento de límites que implica la
autoridad tiene como objetivo la protección y la progresiva comprensión
de la necesidad de autocontrol e independencia. Sin estos aspectos, la
autoridad puede convertirse en autoritarismo.
A veces, los miedos que los padres tienen de los
posibles peligros del mundo externo llevan a imponer límites demasiado
rígidos: prohibiciones para salir, horarios exagerados, controles en las
relaciones con amistades, en el vestir, en las aficiones y tiempo
libre, etc. Esto puede derivar en una relación de sometimiento contra el
que, normalmente, los adolescentes se rebelan pero que, como hemos
visto, pueden reproducir en sus relaciones sentimentales fuera de la
familia, porque es el modelo de relación de cariño y protección que han
vivido.
De igual importancia es la relación de pareja entre
los padres. Si lo que hay en primer plano es el autoritarismo del padre
sobre la madre o al revés, se produce una situación en la que uno de los
miembros de la pareja se dedica a cubrir los deseos y satisfacciones
del otro, lo que conduce al olvido de sí mismo y a la anulación como
persona de las propias necesidades. Únicamente ofreciéndose totalmente a
lo que el otro miembro de la pareja necesita se encuentra el bienestar
propio, la identidad como sujeto, pero, indudablemente, se acompaña de
una insatisfacción y un sufrimiento muy alto y de una pérdida de
independencia.
Las relaciones de pareja de los padres y de ellos con
los hijos son vitales para conformar el modelo de identidad y de
relaciones afectivas en la vida adulta. Inciden sobre la idea que cada
uno tiene de sí mismo, como hombre o mujer, de las capacidades que se
pueden desarrollar, de las fortalezas o debilidades que se tienen y cómo
se pueden instrumentalizar, de los valores éticos que dirigen la
conducta consigo mismo y con los otros.
¿Qué pueden hacer los padres si perciben en su hija/o
una relación de estas características? La respuesta no es fácil. Quizá
lo más claro es lo que no conviene hacer. Provocar discusiones, hacer
reproches, prohibiciones de salir con el novio/a, o hablar negativamente
de la relación solo servirá para que el adolescente se obstine más en
mantenerla, porque vivirá la situación como una intromisión en su
intimidad. Es más positiva una actitud abierta y lo más tranquila
posible para hablar, escuchar y comprender lo que los hijos están
viviendo. Resaltar los supuestos aspectos positivos y descartar los
sentimientos negativos evitando las críticas, manifestar la preocupación
sincera y el deseo de cuidarlos suelen tener mejores resultados.
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